sábado, abril 30, 2011

Los Arcanos Mayores

Esta vez los arcanos mayores no estarán de mi parte. Mi primera carta es la sacerdotisa, una mujer con un libro entre sus manos, abierto en una página cuyo contenido ignoro. Mi estrella corona tu cabeza que mira, mientras te sientas, allá, arriba, en tu trono, en medio de columnas de saber y con la cruz en tu pecho, dejando aparte este par de universos paralelos, abandonados a su suerte por un destino aciago. Mi segundo arcano es Ermitaño, viejo, sólo, encorvado en medio de la oscuridad. Con una luz en mi mano busco la verdad, busco ese esquivo autoconocimiento, pero lo único que veo, allá, en la cima, al final del camino que es el mismo comienzo, son las piernas de la sacerdotisa, quien camina buscando la luz, pero no al viejo. Luego aparece la carta de los enamorados, ese par de amantes que vivieron sólo para una tarde corta, triste, incompleta e inacabada, recortada por las ansias falsas de escoger lo que sabes en el fondo que no es para ti, terminada por cargar la eterna cruz que te desvela. La Fortuna, cuarta sota de mi surte, me muestra cómo ya te estás alejando más de mi, triste, lenta, irreparablemente; cómo quieres, cómo ya no quieres, volver a estar bajo mi sombra. Mi quinta carta es el Demonio, triste, vacío, habituado a lo habitual, con grandes cuernos en su cabeza de cabra, con su espada marcando, de nuevo, mi funesto hado, de lujuria y de desolación. A la sexta echada veo al Loco, caminando sin preocupaciones, sin pensar, dejándose llevar, arrastrando su ignorancia sin salir aun del paraíso, protegido por los demás Secretos sin temor a lastimarse. Finalmente veo una Torre, arrasada por la Ira de la Divinidad, el maremágnum; sus relámpagos desprenden las almenas que caen sobre un foso de caimanes, alligators, prestos a lanzarse sobre mi cuerpo inerte tras la devastación que significa trepar a tu castillo. Ese, por supuesto, sería mi destino, que me gustaría tuvieses de nuevo entre tus manos, pues pulvis sumus et pulvis reverterimur.

Lamento sobre la Tumba de Ernesto Sábato.


Existe cierto tipo de ficciones mediante las cuales el autor intenta liberarse de una obsesión que no resulta clara ni para él mismo. Para bien y para mal, son las únicas que puedo escribir. Más, todavía, son las incomprensibles historias que me vi forjado a escribir desde que era un adolescente. Por ventura fui parco en su publicación, y recién en 1948 me decidí a publicar una de ellas: El Túnel. En los trece años que transcurrieron luego, seguí explorando ese oscuro laberinto que conduce al secreto central de nuestra vida. Una y otra vez, traté de expresar el resultado de mis búsquedas, hasta que desalentado por los pobres resultados terminaba por destruir los manuscritos. Ahora, algunos amigos que los leyeron me han inducido a su publicación. A todos ellos quiero expresarles aquí mi reconocimiento por esa fe y esa confianza que, por desdicha, yo nunca he tenido. Ernesto Sábato

He aquí, en esta cita de Sábato, la explicación más acertada de la creación literaria, de la creación artística: deshilvanar el secreto laberinto de nuestra existencia. Saber cuáles son los hechos que han determinado nuestro presente, reinventarlos, reinterpretarlos, dotarlos de sentido. Escribir es siempre hacer una autobiografía, ya sea porque los actos pasados se convierten en eslabones de una historia, o porque las ideas plasmadas en la tinta sobre el papel revela nuestros más profundos sentimientos. En ocasiones alguien logra dar con el hilo que nos permitirá, si no descubrir ese hecho, al menos iluminarnos parcialmente, conocernos un poco, identificarnos con alguien o con algo, para así hacer más llevadera la incertidumbre de saberse sólo en un océano de individualidades. Eso fue Sábato para mí, una guía en momentos decisivos, un espejo en el cual ver la propia estupidez, la maldad y el amor que de vez en cuando resuenan meciéndose en el espacio hueco de los cerebros deprimidos. Aunque ante la muerte de un escritor suele hablarse de su obra completa, me limitaré a un único fragmento, quizás el que más me ha hablado sobre la condición humana, su Informe sobre ciegos. Se inicia con el siguiente epígrafe:

¡Oh, dioses de la noche!

¡Oh, dioses de las tinieblas, del incesto y del crimen,

de la melancolía y del suicidio!

¡Oh, dioses de las ratas y de las cavernas

de los murciélagos, de las cucarachas!

¡Oh, violentos, inescrutables dioses

del sueño y de la muerte!

Ya nos ubica en un universo donde lo divino y lo más bajo van de la mano. No habla de dioses benevolentes, perfectos, impolutos, como acaso lo soñaron los teólogos de la modernidad, sino de esos seres que parecen acompañar cada paso en este mundo: dioses de la basura, de toda criatura inmunda que nos rodea. Y es allí, en esta parte de su novela, donde Fernando Vidal Olmos baja al submundo de Buenos Aires, un laberinto oscuro y acuoso, con paredes húmedas y oscuridad total. Por una puertecita en el piso de un apartamento baja a un sótano en el que encuentra a una ciega, sacerdotisa de Deméter. Se desmaya e inicia un viaje, atravesando un rio subterráneo. Ve allí volando a las aves a quienes quitó sus ojos cuando era aun un crío, y una especie de ídolo, un anciano cíclope vigilándolo en el cenit de un sol negro. Rema huyendo de él hacia una gruta que lo llama. Duerme de nuevo. Al despertar está otra vez en la habitación primigenia, vigilado. Es encerrado y trata de huir del cuarto, adentrándose cada vez en pasadizos profundos, cada vez más, bajo la ciudad inmunda que duerme cobijada por la belleza de las mansiones bonaerenses, con sus hermosas mujeres y refinados hijos. Vaga por grutas pantanosas, se siente rodeado por lagartos, ratas, podredumbre; descubre o cree descubrir por fin las pruebas de un mundo que está dominado por los ciegos, desde que el cíclope pierde su ojo a manos de Odiseo, desde que Tiresias pierde la vista pero gana el don de la clarividencia, desde que Edipo se saca los ojos al no poder contemplar el asesinato de su padre por sus propias manos y la muerte de su madre ante el despropósito del amancebamiento con su propio hijo. Llega a un anfiteatro iluminado por una estrella agonizante, atraviesa páramos lunares, y divisa veintiuna torres gigantescas de basalto, en medio de las cuales surge una efigie con un único ojo fluorescente en el ombligo. Se dirige hacia él, cobijado por un cielo púrpura que alumbra malamente un paisaje marcado por la desolación de milenios, por los cadáveres petrificados de las hidras y los seres mitológicos que otrora poblaron ese templo consagrado ya a la muerte y a su terrible diosa. Entra en el ombligo y sufre una des-evolución que lo lleva a recorrer el caldo primigenio donde nacieron los humanos, retorna a su ser pez. Ayudado por la ciega, vuelve a ser serpiente, vampiro, sátiro. Despierta en su casa, anonadado, destruido, próximo a la muerte. Es acaso una metáfora de los demonios interiores que llevan al hombre a hacer lo que hace en la vida. Es un símil de la humanidad, gobernada por ciegos, como en la obra de Saramago, pero cuya única vidente es la conciencia misma de que si ahondamos en el interior no somos más que monstros cuya cáscara se ha convertido en lo que ahora llamamos civilización, que finalmente llegará a su ocaso, que dejará de nuevo la tierra cubierta de cráteres de desolación.


sábado, abril 16, 2011

¿Dónde están los periodistas?

Cuentan que cuando a Kant empezaron a azuzarlo para que ofreciera una respuesta al escepticismo sobre el mundo externo escribía en sus notas personales que estaba muy ocupado y muy cansado, de manera que le fastidiaba absolutamente tener que dedicar segundos de su tiempo a demostrar lo que todo el mundo sabe: que el mundo externo existe. Ante la pregunta formulada en la revista Arcadia ¿Dónde están los filósofos?, las respuestas no se han hecho esperar. La revista Semana, más seria que Arcadia, ya dedicó unas páginas al debate. Confieso que me da un poco de pereza. Tengo mucho que hacer, pero como en la sociedad de hoy el que no trata de hacer escándalo en los medios –sus 15 minutos de popularidad– no existe, daré mi respuesta al debate. Ya hace mucho respondí a un interrogante similar a partir de una frase adjudicada a Nietzsche: por donde pasan las ideas, cincuenta años después pasan los cañones defendiéndolas. La labor del filósofo, del verdadero filósofo, es evitar que esto suceda. Sentado en su escritorio, o caminando por la pradera rodeado de sus alumnos, el pensador suele ante todo tener una actitud crítica, a veces crítica en extremo, y para algunos crítica hasta la nausea. Ello no quita que algunos se hayan vendido “al sistema”: el mismísimo Hobbes trató de congraciarse con el rey mediante sus escritos, aunque finalmente también fue perseguido, pues sus escritos de todas formas incomodaban a la nobleza. Ahora bien, ¿qué tiene qué decir el filósofo ante los problemas actuales del país? No recuerdo haber leído una alusión directa de Sócrates a la Guerra del Peloponeso, aquel conflicto entre Atenas, el hogar de los filósofos, y Esparta, la cuna de los guerreros. No obstante, Sócrates fue juzgado y condenado a morir, pues se convirtió en una piedra en el zapato de los dirigentes de una democracia corrupta. Platón escribió entonces una diatriba contra esa Democracia, abogando por una dictadura del filósofo, aquel capaz de ver más allá de las narices de ciudadanos estupidizados por la comedia y la poesía, artes que él expatrió de su República. El pensador se convierte así en alguien impotable, que difiere de las opiniones del gobierno de turno y es pocas veces querido. Excepto, por supuesto, cuando se alía con estos e invita, como Aristóteles, a legitimar la esclavitud, o como Tomás de Aquino, a la guerra justa contra los musulmanes. Y la situación hoy en día no cambia: Bernard-Henri Lévy, influyó en la decisión de la ONU de atacar Libia. Actualmente Habermas, por ejemplo, es invitado constantemente a reuniones con el gobierno alemán, y su opinión es consultada y solicitada en los medios europeos de todo el mundo. Derridá fue entrevistado muchas veces para preguntársele sobre su posición sobre el terrorismo, y Paul Virilio aparece constantemente en los medios para criticar su posición sobre el desarrollo de los medios virtuales. Si buscamos, por ejemplo, en El Tiempo o en El Espectador no hay más que un artículo de Singer, ninguno de Habermas, Derridá o Virilio, sólo menciones escuetas en artículos culturales, donde poco o nada se difunde su pensamiento. Así pues, la pregunta adecuada más bien parece ser: ¿dónde están los periodistas? ¿Por qué ellos no indagan sobre los trabajos que los filósofos llevan a cabo en nuestro país? Los filósofos consultados por el periodista en Arcadia aceptaron tácitamente, con sus respuestas, que los filósofos no hacen nada. Pero ello es falso. Más bien su trabajo es invisibilizado por los medios. Por ejemplo, las investigaciones sobre ética y conflicto de Guillermo Hoyos, a quien jamás invitan a opinar en El Tiempo. Hay libros y estudios serios sobre la ideología conservadora, radical e irracional de Miguel Antonio Caro, compilados por Rubén Sierra Mejía, pero nadie a divulgado las conclusiones que de allí se desprenden: el país fracasó durante la primera mitad del siglo XX en parte gracias a ese proyecto de la Regeneración Conservadora, que echó para atrás las reformas liberales de mediados del siglo XIX. Para la celebración de los 100 años de su muerte, no hubo un debate serio sobre estas conclusiones, y los mismos medios de siempre siguen exaltando la figura de este anti–pensador, de la misma manera en que Londoño o José Obdulio son presentados como “filósofos”, se les dan espacios en radio, prensa y televisión, mientras se ignora a pensadores serios y rigurosos. Para la muestra, un botón: el artículo de El Tiempo donde se reseña la conmemoración afirma que el movimiento de la Regeneración “es considerado como el movimiento que implementó la modernización en esferas como la economía y en los aparatos institucionales del país”. Salomón Kalmanovitz, economista, filósofo, y ex gerente del Banco de la República, desmiente esta afirmación en la publicación de Sierra, y afirma que esas reformas económicas quebraron al país. Pero nada, los medios no hacen eco de las críticas al panteón de la estupidez nacional. Así mismo, ni El Tiempo, ni Semana, se le ha preguntado a algún filósofo –el educador por antonomasia, desde Sócrates– su posición sobre la reforma la educación superior. Más bien el filósofo debe salir a buscar esos espacios, y de hecho, lo hace. Ahora bien, los filósofos entonces están usando, he dado unas pequeñas muestras, medios alternativos de difusión de su pensamiento, ya sea desde la universidad, o desde el Blog. Que los medios tradicionales –con sus artículos amañados, superficiales y sesgados– no lo quieran ver, es otro asunto, como no han querido ver otras muchas cosas en el país.

Horóscopo para el día de hoy...

El Oráculo dice que esta mañana ya te habrás despertado, Todavía y a tu pesar, pensando en mí. Porque ya durante el alba cerré mis ojos, con tus labios aun pegados a mi piel. El augurio te dice que hace milenios, cuando aun la tierra no había enfriado sus corrientes marinas, Cuando aun las estrellas hervían con la fuerza imparable de la primera catástrofe, Que el triste destino del Hombre estaba escrito, como escrito está el curso de los surcos de polvo en el espacio, Que nada se puede hacer ante lo inevitable, y ante lo inevitable nada ya puede hacerse. Pero si este mundo, como dices, es el mudo artefacto de un extraño dios, Si este mundo, como creen, es el rudo bosquejo de algún dios infantil, abandonado a medio hacer ante el oprobio de la imperfección, Si ese dios es un esclavo, de otros dioses menos diligentes pero más perfectos, todo cuanto hay ya estaba diseñado, mal pensado y peor armado. Es en este escenario, dicen los adivinadores, que el destino nos tenía preparado este entrecruzamiento, Preparaba el nudo armado entre dos hilos que en principio no debían enredarse, y que poco a poco irá soltándose, ahora, nunca, más tarde o más temprano. Porque el augurio reza, ya lo sabes, que todo en esta vida ha de acabarse, porque quieres, porque quise, porque un día la muerte nos separa.

domingo, abril 03, 2011

La falacia de la educación

Todos los problemas de este país se reducen a la educación: una mejor educación nos hará un mejor país. Se postula así como premisa el que deba ampliarse la cobertura. Cada vez más y más graduados. Ahora bien, ¿es esto bueno? La cantidad muchas veces ha estado asociada con la baja calidad. Por ello debemos tener en cuenta qué es lo que estamos formando. Por ejemplo, el número de facultades de medicina en Inglaterra, un país con 61 millones de habitantes y un sistema de salud de los mejores del mundo, es 29. En Alemania, con 82 millones, tiene 38. En Colombia, con 44 millones y un sistema de salud que da vergüenza, hay 57. Casi el doble. De hecho, hay en promedio más médicos por persona que en países como Japón y Rusia. Por supuesto, el sistema de salud es pésimo, y, siguiendo una máxima de la economía, a mayor oferta, menos precio. Por ello, los salarios de nuestros médicos no son tampoco lo mejores. Y con malos salarios, salvo en un país comunista como Cuba, los profesionales suelen ser la mata de la mediocridad: tenemos 20 años de atraso en medicina, según Emilio Yunis, el médico genetista más reputado en nuestro país. No tenemos un premio Nobel de ciencia, y el único nominable, Patarroyo, curiosamente no tenía doctorado cuando inició sus investigaciones, pero es el único colombiano que ha desarrollado vacunas exitosas a partir de métodos desarrollados por él y su equipo. Ello se debe a que la universidad está transformándose cada vez más en escuela técnica. Aquí, y en otros países. Por otro lado, los verdaderos estudios universitarios, se han tornado inútiles. En muchos casos, los estudiantes salen con grandes deudas, que contrajeron para poder pagar sus estudios, pero estas inversiones no serán redituables. No hay posibilidades de que el mercado laboral absorba a la cantidad de profesionales que se gradúan cada año. Sumémosle a eso el hecho de que este no es un país industrializado. Nuestros ingenieros salen a vender computadores que otros ingenieros fabrican en otros pases, a pegar cables, que otros ingenieros, en otros pases fabrican, o a robar, como los Nule, pero rara vez salen a crear empresa, a innovar, a crear tecnologías que aumenten el producto interno bruto. Y ello es así básicamente porque en este país no tenemos universidades: tenemos escuelas cada vez más técnicas. Eso sí, reportan grandes ganancias: cada vez hay más estudiantes que buscan el preciado título, pero pocas veces sucede que el título los saque de la pobreza: simplemente los inserta en un círculo de producción y de deudas del que es poco probable escapar. Suelen mostrarse muchos estudios en donde se ve que los países industrializados tienen los mayores números de graduados universitarios por año. También se omite que suelen tener un mayor número de habitantes, lo que redunda en que comparados con Colombia, serían un menor porcentaje de su población. En cambio, poco se habla de el número de Investigaciones realizadas: a mayor número, mayor calidad de la educación. En resumen, más cobertura no redunda en mejor educación. La educación debe mejorarse en la secundaria: personas que sepan leer y escribir, sumar y restar, preparadas para la vida. Una cultura de la educación y de la crítica, donde hasta los choferes de bus lean –porque aquí al menos no leen ni las señales de tránsito–. Una sociedad igualitaria, donde no sea necesario entrar a una universidad aristocrática para ganar un sueldo decente para vivir. Hay que ampliar, eso sí, la cobertura en institutos técnicos con corta duración, de manera que los jóvenes salgan a trabajar desde los diez y ocho años, en lugar de estar estudiando contaduría y administración por cinco años (?!) y hasta los cuarenta viviendo con sus padres tras el décimo doctorado (inútil, por supuesto, en management). Las universidades entonces deben ser lo que siempre han sido: centros de élite, a donde sólo entran los mejores, quienes deseen estudiar (no sólo ganar dinero), para que así desarrollen un pensamiento científico que redunde en la creación de tecnologías, que a su vez hagan crecer al país. El caso de China es emblemático: en el país más poblado del mundo, había sólo tres estudiantes en la maestría en literatura, según un amigo que dictó allí clases. Y por supuesto, la universidad debe estar financiada por el Estado, no mediante préstamos, sino financiada totalmente. La empresa privada puede financiarla, siempre y cuando no busque convertirla en un instituto técnico que forme secretarias bilingües y vendedores de celulares, algo para lo cual gastar 30 millones de pesos luego de cinco años, con un prospecto de sueldo de un millón, me parece absurdo. Eso aumenta la pobreza, no la disminuye.
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