viernes, julio 13, 2012

Derechos de los animales no humanos


Una decisión del Consejo de Estado concedió derechos a todas las especies animales y los equiparó con los discapacitados, se queja un columnista de Semana. Afirma lo siguiente con respecto al toreo:  
 No seré quien defienda esta práctica, pero la verdad monda y lironda es que la prohibición de las corridas de toros en Bogotá y el fallo del Consejo de Estado no tienen el menor efecto práctico sobre la realidad del maltrato a los animales: más bien son triunfos simbólicos de una corriente ideológica radical, una interpretación fundamentalista de la conciencia ecológica. Quienes promueven esta ideología llegaron por fin al poder y los efectos de sus decisiones están por verse.
Según esto, defender los derechos de los animales y buscar acabar con el maltrato animal más extremo –aquél que se realiza en medio de un ritual público y patrocinado por grandes empresas e incluso el Estado– es simplemente un acto de “una corriente ideológica radical” y “fundamentalista”.
En pocas palabras, Rodrigo Hurtado nos está equiparando con, por ejemplo, los talibanes, quienes al llegar al poder prohibieron a las mujeres –de manera radical y fundamentalista– mostrar su piel en público. Pero la comparación no se sustenta porque mientras muchos fundamentalistas radicales estarían dispuestos a matar para imponer sus propuestas, el movimiento animalista busca, por el contrario, evitar al máximo la muerte de seres sintientes. Los animales no humanos, por supuesto, son seres sintientes, de manera que buscamos evitar su muerte, y si no se puede, al menos su sufrimiento. En particular considero que así como no deberían ser privados de su vida en medio de un espectáculo semejante al de los gladiadores romanos,  tampoco deberían sacrificarse para alimentarnos, y menos para probar cigarrillos o maquillaje. La pregunta que todos se hacen es ¿por qué deberíamos evitar matar animales no humanos para suplir necesidades humanas? O, en términos del autor del artículo citado, ¿por qué debemos admitir que los animales (no humanos, le faltó decir) tienen derechos?
El argumento es muy simple. Los seres sintientes, los humanos entre ellos, buscan a toda costa evitar el dolor y buscan la satisfacción de sus deseos y, si seguimos a Epicuro, la felicidad. Si bien no podemos afirmar con seguridad que un gato  –por más de que a mí me parezca que es así– es feliz cuando come, al menos podemos afirmar que sufre cuando aguanta hambre, al igual que los perros de la calle o los animales en los circos. Así mismo, es evidente que un animal libre es más feliz que cuando está enjaulado. Una condición necesaria para esta felicidad es, por supuesto, la vida, de tal manera que si queremos evitar el sufrimiento y ayudar a que todos los seres sean felices, o al menos que satisfagan en la medida de lo posible sus deseos, debemos reconocer que no debemos quitarles la vida.
¿Por qué no, como dijo alguna vez irónicamente Caballero, salvar la vida de un tomate? Sencillo: los tomates no sienten. Aquello incapaz de sentir no necesita ser “defendido” de la misma manera en que un tigre, una cebra o un perro. Por supuesto, no quiere decir esto que ahora podamos impunemente quemar toda la selva amazónica, pues esto tendría consecuencias ecológicas devastadoras –pero este es otro tema–. En síntesis, los animales no humanos tienen derechos porque son seres sintientes. No pensantes, ni racionales, sino simplemente sintientes. Ello ya los pone en la categoría, diría yo, de personas. Igual, exactamente y como lo dice el Consejo de Estado, que los discapacitados. Un niño con síndrome de Down grave quizás no esté en capacidad de razonar de manera totalmente bien, pero aun así siente. Y por ello tiene derechos: a nadie, espero, se le ha ocurrido probar cigarrillos, cosméticos o drogas con discapacitados mentales con el argumento de que no razonan correctamente. Un animal quizás tenga una capacidad de raciocinio igual o algo menor a la de un chico con esta condición –y cuando encuentro a mi gata perdida maullando enfrente de una puerta que no es la de mi casa, o cuando salta contra el escritorio y se golpea en la cabeza empiezo a pensar que en verdad es un poco “quedada”–  pero igual sé que siente.
Finalmente, critico –aunque ya lo había hecho de manera más detenida– los argumentos a favor de la tauromaquia. Se afirma que es una expresión cultural, que es arte y aparte de todo, que hay dependencia económica de quienes viven de este oficio. La cliterectomía –cercenar el clítoris de las mujeres para que no tengan deseo sexual–, o el apedrear a las adúlteras, también son expresiones culturales, y creo que nadie las acepta en occidente salvo los posmodernos relativistas, diletantes y sofistas. El arte es una expresión cultural que no agrede real y físicamente a nadie. Por tanto la tauromaquia no puede ser arte, pues en ésta hay muertos, y bien muertos, no “simbólicamente muertos”. Y el argumento económico, bueno, lo mismo me dijo el último atracador que me robó: “tengo derecho a trabajar para vivir, por tanto, deme su celular o lo mato”.
Este tipo de actitud concuerda perfectamente con esta frase de Gandhi: "La grandeza de un pueblo y su progreso moral se juzgan por la forma en que trata a sus animales".

domingo, julio 08, 2012

Descárate contra Azcárate en tres pasos...

Tocó escribir sobre la columna de Alejandra Azcárate. No la referencio, porque no vale la pena que la lean. Su columna es tan mala como su stand-up comedy, el cual se le ocurrió, podría jurarlo, el día que vio a Andrés López obtener dinero cuando empezó a llamar a la "cuentería" por su nombre en Inglés. El único sketch que conozco de la susodicha fue uno en T.V: el día de las brujas -¿Por qué la llamarían a ella justamente?- salió a presentar su Show disfrazada de Novia y con dos enanos –sí, enanos, como en la televisión Peruana o en Sábados Felices en sus mejores épocas– a quienes llamaba respectivamente “Tom y Jerry”. Fue suficiente. Después de leer hace muchos años que fue novia de Tom, y que se lo pedía públicamente a Fernando Londoño durante su su destape en la revista Soho , quedé convencido de que era furibunda uribista, y su pequeño teatro me sonó postizo, amañado, conveniente, pero sobre todo, insulso. Es decir, muestran mejor sentido del humor Santos y Vargas Lleras cuando afirman que la reforma a la justicia no fue su responsabilidad. Y claro, el toque elegante de los enanos me pareció francamente primoroso; sólo le faltó tirarlos hacia el público, aunque creo que la anorexia que padece seguramente no le daría fuerzas para levantarlos del suelo.
Así que cuando leí su columna no esperaba reírme, y si me sentí un poco mal por mi barriga prominente. Lo bueno es que se burlaba de “las” y no de “los” gordos, pues en las sociedades traquetas como las de Cali y Medellín las mujeres no pueden ser feas, mientras los hombres sí podemos serlo, siempre y cuando seamos, como Fernando Londoño, archimillonarios, aun a punta de robar acciones de Invercolsa o traficar con droga, o ambas. Si no, pregúntenle a Escobar, que tuvo como amante a una estrella de la farándula colombiana, Virginia Vallejo, una “niña bien” de la sociedad; tan escandaloso como si Paola Turbay resultara de amante de Fritanga.
En suma, no soy humorista ni pretendo serlo, pero creo que hay unos mínimos que deben respetarse a la hora de hacer humor; y si se es irónico, es decir, si como a Azcárate le dan ironía las gordas, los enanos y los feos, con mayor razón deben respetarse estos principios.
El primer tip del buen humorista es: no se burle de los oprimidos; hágalo de los poderosos. Claro, puede terminar como Jaime Garzón que por burlarse de Uribe se la cobraron. Pero eso da un aire de valentía y mártir.
El segundo es, derivado del anterior, burlarse siempre de alguien que pueda responder a las burlas. De lo contrario, quedará como un matón (por aquello del “matoneo”), que se burla sólo cuando se siente seguro por estar rodeado de una cuadrilla de matones (o apoyado por un medio de desinformación masivo tipo RCN o Caracol, que ignora sistemáticamente las peticiones de su audiencia).
En tercer lugar, búrlese de manera general sólo de aquellos aspectos  que pueden ser cambiados por la víctima. Un enano… perdón, un “Little People” suena mejor que enano así como “yo hago Stand Up Comedy” suena mejor que “soy un vil cuentero” y “hago Clown” mejor que “soy un pobre payaso”; así que, en la medida de lo posible, use lenguaje políticamente correcto. Continuando con la idea, un enano no puede crecer, así como un negro no puede cambiar de color –excepto si es Michael Jackson–, una mujer no puede ser un hombre y los Santo Domingo no pueden ser de la nobleza así cacen a un príncipe de Mónaco mediante la nieta de Julito (y para colmo, costeños, como Rafael Núñez y los Nule). A nivel personal, atacando a alguien específico siempre podemos burlarnos sabiamente de estas características invariables si respetamos los principios uno y dos. Es decir, no se burle de su subalterno negro, gordo, bajito, calvo y homosexual. Búrlese de su jefe de iguales condiciones, y así adicionalmente sus compañeros verán lo macho/hembra que es usted. Y de paso se abrirá un amplio espectro laboral, que es la expresión políticamente correcta para referirse al desempleo.
Finalmente, búrlese de lo que y de quien se le dé la gana, pero hágalo con humor. Y si además quiere burlarse de alguien específicamente con la intención de insultarlo, humillarlo y hacerle matoneo, o desquitarse de él por matoneos anteriores, lo mejor es hacerlo con inteligencia, de tal manera que él ni se dé cuenta, pero sí lo noten quienes están a su lado. Eso sí, jamás intente escribir columnas humorísticas haciendo reglas o enumeraciones. Nunca funcionan, y es un humor tan facilista y simplón como el burlarse de enanos, negros, calvos y gordos, o de la inteligencia de las modelitos que en el declive de los años aspiran a cambiar de profesión, como la Azcárate.
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Los laberintos - Reflexiones sobre la filosofía de la periferia por Alfonso Cabanzo se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.