lunes, diciembre 07, 2009
El próximo siglo colombiano I
Dentro de la literatura colombiana sólo conozco una utopía: ese paraíso descrito en Cien años de soledad, donde en Macondo todas las casas eran iguales y todas recibían exactamente la misma cantidad de sol. Se tenía la misma posibilidad de acceder al agua, y en los albores de esa civilización maravillosa no había muertos. Es, no obstante, una utopía que mira con nostalgia hacia un pasado remoto, primordial, que se perdió con la caída, con el pecado original de la violencia, de la conquista, o por cualquier otro de los miles de motivos que usamos para rechazar nuestra culpa en la situación actual. En lo personal, mi país, creo, nunca ha sido un Edén. Quizás había, antes de la llegada de los españoles, una organización social fuerte, hacíamos parte (en el sur) de un imperio fuerte como el Inca, teníamos acueductos al norte, como lo atestigua el Tayrona, pero en esencia la idea de un pasado remoto y perfecto es, ante todo, mítica, ya sea aquí, o ya sea en Europa. Por más que los posmodernos afirmen que todo tiempo pasado fue mejor, que la ciencia nos ha traído bombas de hidrógeno, nadie puede negar que el mundo está mejor ahora que antes. Los mismos filósofos que niegan estos hechos palpables viven ahora gracias a los antibióticos inventados por la ciencia maligna, y no murieron de viruela gracias a la vacuna que marcó sus brazos con esa cicatriz que nos distingue de los marcianos. Ese mismo brazo marcado mueve el ratón que le permite entrar en su PC y escribir un artículo contra la modernidad. En mi país tenemos, como siempre, visiones encontradas sobre el progreso. Ahora se acaba la primera década del nuevo siglo, y desafortunadamente mi país sigue siendo uno de los últimos en la cola del desarrollo. Ahora queremos creer que este concepto es un invento más de las potencias hegemónicas, que no necesitamos un desarrollismo, aquí no nos quejamos de la situación del país, que como vamos, vamos bien y mejorando. Pero no es cierto. Los indicadores nos muestran un pueblo hambriento, desnutrido, ignorante y desigual. Una sociedad que debe mentir para sobrevivir, una élite cada vez más enquistada en el poder, un pueblo cada vez más ignorante y auto engañado. En esta década nos situamos, como hace cien años, en un proyecto de derecha, conservador, reaccionario, como siempre en oposición al resto de Latinoamérica. Mientras en el siglo XX las revoluciones burguesas, desde México hasta Argentina nos inundaban, nosotros padecíamos la regeneración, la hegemonía conservadora, los frentes nacionales y dictaduras que mantienen intacta la constitución de 1886, nociva para el desarrollo. Pero curiosamente los países que las hicieron son ahora más igualitarios que nosotros mismos, y tienen una mayor calidad de vida, a pesar de los golpes económicos. Así pues, a pesar de todo el discurso conservador, lo cierto es que el centralismo, el presidencialismo, la religión católica, y otras medidas defendidas a lo largo del siglo pasado en Colombia no han dado frutos. Tampoco el rezar por la paz. ¿Por qué seguimos insistiendo? Ahora, de nuevo, seguimos en contravía: todo el continente regido por una izquierda ideológica, y nosotros de nuevo apostándole a la derecha. Todos apostando a un proyecto de unión latinoamericana (imposible en un contexto de derecha aliada de Estados Unidos), y nosotros por el contrario, aislándonos más. Es posible que nuestros próximos cien años sean tan desastrosos como los pasados a cuenta de este proyecto retardatario. Estaremos, de nuevo, a la par de los países más rezagados del continente, que entre otras cosas ya empiezan a despertar, y que seguramente nos dejarán atrás. Propongo, entonces, que nos sentemos a pensar en una utopía colombiana para el próximo siglo.
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