jueves, diciembre 30, 2010
No sea ñero: cámbiese el nombre!
La ex esposa de un amigo era una mujer singularmente detestable. Como todos nosotros, era de origen humilde, pero con el agravante de que en su familia los diplomas académicos eran algo similar a los títulos nobiliarios, porque educados, lo que se dice educados, no eran. Más bien rayaban con la mala educación, y pertenecían a esa clase de gente a quienes la universidad privada les servía para subir el estrato, pero para nada más. De hecho, notaba cierto desprecio de ella hacia mi militancia en la Nacional, que era, por supuesto, pública, y por tanto, para pobres. De más está decir que ella no pudo pasar el examen de admisión. En alguna de esas incómodas situaciones sociales en las que no pude inventar una excusa para asistir, descubrí su gran secreto: su segundo nombre era “Jenny”. De hecho, no era el segundo, sino el primero, lo que daba una singular coloratura al mote completo. No pude evitar repetir en voz alta, con el más castizo de los acentos bogotanos, semejante esperpento onomástico: -¿Jenny?- grité pronunciando de la manera más fuerte que pude la “J” como una “Ll” -¿LLeni? ¿Por qué le pusieron ese nombre tan… feo? Ella, ante el ataque, respondió que una tía que había recorrido el mundo había decidido ponerle ese nombre, dado su conocimiento internacional. No dije más, pero supongo que el golpe fue certero. Hace poco leí un artículo de un periodista cuyo nombre era algo como Esneider. Haciendo uso de una sinceridad pocas veces vista en el medio colombiano, confesaba que un tío embolador estaba descrestado con su jefe en la remontadora, razón por la cual terminó así bautizado. Remataba diciendo que ese tipo de nombres revelaban, como en su caso, un pasado pobre, que le había costado infinidad de pruebas de seguridad en las empresas. Así que mi ex amiga Jenny debía saberlo, e inventó esa ridícula historia de la tía de mundo para no revelar el de la tía inmunda o pobre. Porque claro, hay que recordar, con el gran sociólogo Andrés López, que en Colombia todos estamos dos estratos por encima del de nuestros padres. De manera que si usted quiere asegurarles un futuro buen estrato a sus hijos, en un país tan clasista y desigual como Colombia, por favor, por favor, no los bautice con nombres extranjeros. Y hablo en serio. En cierta ocasión, mientras ponía un denuncio en una comisaría, el policía me estaba contando que su esposa daba a luz en esos momentos; había tenido una pelea con ella porque quería ponerle algo como Leidi a la niña, y él se oponía rotundamente: así se llamaban las atracadoras que reseñaba todo el tiempo. En resumen, por favor, si su nombre es así de feo, acepte, en un acto de contrición, que sus padres se descacharon, que su nombre es ñero, y que debe cambiarlo por uno hispano, para no avergonzarse en su próximo cumpleaños. Eso no significa, por supuesto, que los sacados del santoral, como Hermenegildo, Eustaquio y sean bonitos, pero al menos no revelan que los nombres fueron sacados de la televisión gringa.
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