domingo, febrero 26, 2012

La humanización de lo inhumano


Esta es mi respuesta a un supuesto artículo de Salud Hernández Mora
Decía Aristóteles que quienes no eran griegos eran naturalmente esclavos. Por ello nacían fuertes y ágiles en oficios manuales, mientras que los atenienses y espartanos solían ser diestros en oficios del intelecto.
Esta misma idea, que prevaleció hasta bien entrado el siglo XX en Europa, sirvió de excusa a los más variados pueblos para justificar privar de la libertad a otra persona y obligarla a hacer las tareas más infames para beneficio de su amo. De hecho los esclavos pasaron a considerarse no humanos por muchas culturas. Por ejemplo, los portugueses y españoles que llegaron a América describían a los nativos como animales que se ponían adornos en el hocico y en las orejas, dos expresiones exclusivas en esa época para referirse a las partes de las bestias. 
Esta visión justificó la matanza de millones de indios durante los cuatrocientos años que duró la ocupación europea en nuestro continente, y la barbarie cometida contra los africanos. Los romanos, más cercanos aun a los helenos, obligaban a algunos de sus esclavos, los más fuertes, los mejores, los más sanos, a matarse los unos a los otros. Los gladiadores, así se llamaban estos guerreros privados de la libertad, eran tratados casi como dioses –algunos llegaban incluso a ser liberados– y gozaban de las mejores mujeres y manjares si tenían una victoria.
Cuando eran derrotados el castigo, por supuesto, era la muerte. En algunas ocasiones se usaban animales no humanos para ponerle picante a la función: tigres, leones, y eventualmente uros, una especie bovina extinta. Cuando en roma se puso de moda sacrificar cristianos en el circo para diversión de los ciudadanos del imperio, eran a veces arrojados frente a manadas de toros, que daban buena cuenta de los paganos de la religión romana.
Hoy en día el último vestigio que queda de ese salvaje e inhumano espectáculo que fue la lucha de gladiadores es la tauromaquia. El torero es ahora más un héroe que se juega la vida ante un enemigo que en el mejor de los casos “sólo” ha sido debilitado enterrándole lanzas y banderillas en su espalda. Es, al igual que los antiguos guerreros destinados a luchar en el circo, un ser nacido sólo para esas labores, como los persas, los negros o los indígenas. Ha tenido una vida feliz y larga, llena de cuidados por parte de sus amos, quienes con esmero lo alimentan al igual que alimentaban a los gladiadores y a los africanos que labraban hasta la muerte los campos algodoneros del sur de los Estados Unidos. Es un animal que de otra forma, no habría existido, como no habrían existido los miles de indígenas cuya vida se salvó sólo porque servían de esclavas sexuales o de mineros en los socavones de oro del potosí. La esclavitud, argumentaban los hacendados sureños del Misisipi, es una institución que salva a los negros de su propia miseria, que les da techo y comida; el resguardo no se hizo para oprimir al indio, sino para salvarlo. Afirmar que el toreo es bueno para el toro es sostener lo mismo que estos individuos hicieron en otra época. Burlarse de quienes defendemos los derechos de los animales no humanos porque son pretensiones “ridículas” es como burlarse de quienes defendieron los derechos de los africanos, de los americanos, de los irlandeses o de los judíos en respectivos momentos históricos. Cuenta Peter Singer que cuando un lord planteó por primera vez el derecho al voto de la mujer en la Cámara de los comunes, sus compañeros soltaron la carcajada porque era estúpido pretender que ésta, hecha sólo para estar en casa pariendo y adornando la sala durante las visitas, eligiera al hombre que regiría los destinos de Gran Bretaña, en ese momento dueña de medio mundo.
Hoy en día esas actitudes normales para los griegos, romanos, españoles o británicos nos parecen salvajes, inhumanas, y en el futuro la manera despiadada y cruel como tratamos a los animales no humanos nos parecerá igualmente inhumana. Y las burlas actuales serán motivo de risa, si no de vergüenza, para la raza humana. Si es que antes no llega una raza alienígena a devorarnos, a matarnos en circos, y a hacer abrigos con nuestras pieles.  

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Los laberintos - Reflexiones sobre la filosofía de la periferia por Alfonso Cabanzo se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.