Tocó escribir sobre la columna de Alejandra Azcárate. No la referencio, porque no vale la pena que la lean. Su columna es tan mala como su stand-up comedy, el cual se le ocurrió, podría jurarlo, el día que vio a Andrés López obtener dinero cuando empezó a llamar a la "cuentería" por su nombre en Inglés. El único sketch que conozco de la susodicha fue uno en T.V: el día de las brujas -¿Por qué la llamarían a ella justamente?- salió a presentar su Show disfrazada de Novia y con dos enanos –sí, enanos, como en la televisión Peruana o en Sábados Felices en sus mejores épocas– a quienes llamaba respectivamente “Tom y Jerry”. Fue suficiente. Después de leer hace muchos años que fue novia de Tom, y que se lo pedía públicamente a Fernando Londoño durante su su destape en la revista Soho , quedé convencido de que era furibunda uribista, y su pequeño teatro me sonó postizo, amañado, conveniente, pero sobre todo, insulso. Es decir, muestran mejor sentido del humor Santos y Vargas Lleras cuando afirman que la reforma a la justicia no fue su responsabilidad. Y claro, el toque elegante de los enanos me pareció francamente primoroso; sólo le faltó tirarlos hacia el público, aunque creo que la anorexia que padece seguramente no le daría fuerzas para levantarlos del suelo.
Así que cuando leí su columna no esperaba reírme, y si me sentí un poco mal por mi barriga prominente. Lo bueno es que se burlaba de “las” y no de “los” gordos, pues en las sociedades traquetas como las de Cali y Medellín las mujeres no pueden ser feas, mientras los hombres sí podemos serlo, siempre y cuando seamos, como Fernando Londoño, archimillonarios, aun a punta de robar acciones de Invercolsa o traficar con droga, o ambas. Si no, pregúntenle a Escobar, que tuvo como amante a una estrella de la farándula colombiana, Virginia Vallejo, una “niña bien” de la sociedad; tan escandaloso como si Paola Turbay resultara de amante de Fritanga.
En suma, no soy humorista ni pretendo serlo, pero creo que hay unos mínimos que deben respetarse a la hora de hacer humor; y si se es irónico, es decir, si como a Azcárate le dan ironía las gordas, los enanos y los feos, con mayor razón deben respetarse estos principios.
El primer tip del buen humorista es: no se burle de los oprimidos; hágalo de los poderosos. Claro, puede terminar como Jaime Garzón que por burlarse de Uribe se la cobraron. Pero eso da un aire de valentía y mártir.
El segundo es, derivado del anterior, burlarse siempre de alguien que pueda responder a las burlas. De lo contrario, quedará como un matón (por aquello del “matoneo”), que se burla sólo cuando se siente seguro por estar rodeado de una cuadrilla de matones (o apoyado por un medio de desinformación masivo tipo RCN o Caracol, que ignora sistemáticamente las peticiones de su audiencia).
En tercer lugar, búrlese de manera general sólo de aquellos aspectos que pueden ser cambiados por la víctima. Un enano… perdón, un “Little People” suena mejor que enano así como “yo hago Stand Up Comedy” suena mejor que “soy un vil cuentero” y “hago Clown” mejor que “soy un pobre payaso”; así que, en la medida de lo posible, use lenguaje políticamente correcto. Continuando con la idea, un enano no puede crecer, así como un negro no puede cambiar de color –excepto si es Michael Jackson–, una mujer no puede ser un hombre y los Santo Domingo no pueden ser de la nobleza así cacen a un príncipe de Mónaco mediante la nieta de Julito (y para colmo, costeños, como Rafael Núñez y los Nule). A nivel personal, atacando a alguien específico siempre podemos burlarnos sabiamente de estas características invariables si respetamos los principios uno y dos. Es decir, no se burle de su subalterno negro, gordo, bajito, calvo y homosexual. Búrlese de su jefe de iguales condiciones, y así adicionalmente sus compañeros verán lo macho/hembra que es usted. Y de paso se abrirá un amplio espectro laboral, que es la expresión políticamente correcta para referirse al desempleo.
Finalmente, búrlese de lo que y de quien se le dé la gana, pero hágalo con humor. Y si además quiere burlarse de alguien específicamente con la intención de insultarlo, humillarlo y hacerle matoneo, o desquitarse de él por matoneos anteriores, lo mejor es hacerlo con inteligencia, de tal manera que él ni se dé cuenta, pero sí lo noten quienes están a su lado. Eso sí, jamás intente escribir columnas humorísticas haciendo reglas o enumeraciones. Nunca funcionan, y es un humor tan facilista y simplón como el burlarse de enanos, negros, calvos y gordos, o de la inteligencia de las modelitos que en el declive de los años aspiran a cambiar de profesión, como la Azcárate.
2 comentarios:
Me gustó. Muy acertado el apunte de burlarse de características que el aludido pueda cambiar.
Me gustó. Muy valioso y acertado el apunto del no burlarse de las características que el aludido no puede cambiar. No había notado que es clave a la hora de separar el humor de buen gusto del mero insulto.
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