jueves, agosto 18, 2016

Indigencia


Las ventanas rotas traen miseria. La miseria trae más miseria. Centenares de hombres marchitos por la droga duermen en las calles, sobre asfalto agujereado entre cambuches de plástico, robándole al ladrillo bocanadas para saciar su inagotable sed. Duermen al cobijo de un antiguo barrio invadido por hordas de desahuciados sociales. Todos los desprecian, yo mismo, cada habitante de los bloques vecinos. Estratégicamente el alcalde decide arrojarlos de este resguardo, esta cueva de capos, una zona de guerra que nadie quiere. Se refugian cerca, los desarraigados, lavando sus humores con el agua pútrida de las cañadas. Mientras tanto los diarios y la televisión nos hablan del importante golpe a la delincuencia, de lo bien planeada que es esta estrategia del tecnócrata, del administrador de turno, falsamente vendido como un sabio que no tiene más que un cartón por él mismo firmado y los apellidos de su padre. En la noche llueve, como hace días no cae agua en la ciudad de las coronas fúnebres, y en su camino lava el mugre de la sociedad arrastrando entre las piedras estos seres rechazados. Va camino abajo con sus pipas, sus colillas, sus mugrosos trapos, la corriente de indigentes desplazados. Mientras tanto la ciudad sigue allí, inerte, rogando para que el eterno diluvio no cese jamás y se lleve su mugrera hacia otros lados.

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Los laberintos - Reflexiones sobre la filosofía de la periferia por Alfonso Cabanzo se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.